Habría que preguntarse en lo profundo con la intención de advertir en qué momento los partidos hicieron un clic que los divorció de la representatividad social y cuando su discurso comenzó a banalizarse de expresiones de deseos colgándose del manual de Duran Barba, resignándose a gozar de las mieles del poder, hasta que la mentira dure o hasta que los estúpidos se aviven. “Apenas un gil avivado” valiéndonos de citas del pensador nacional, Arturo Jauretche. Algo parecido sucede con los medios de comunicación: Tal vez, desde el dia que la información se convirtió en una mercancía de poder y bien paga. Tal vez, cuando los discursos penetraron con más eficacia en el sentido común que en el espíritu crítico, respectivamente.
El peronismo de Villa Ocampo acaba de sepultar su intento por recuperar el poder por tercera vez consecutiva. 12 años al frente de la oposición – circunstancias que no le cuadra – acaba también de sepultar sus remanidas estrategias prescindiendo de ellas y lo que es peor: sin explicarse fracasos consecutivos salvo ante el hecho de expiar culpas transferidas en cualquiera que camine y sea permeable a un reproche. No importa si pertenece a sus propias huestes. Lo miserable es salvar el poco cuero que queda aún. De un hecho donde quedó en claro y sin discusión razonable – aumento automático tarifas agua potable 60 %-, la explicación radicó en denunciar aviesas intenciones en desprestigiar al bloque de concejales del P.J.. Prescindo de nombrar al Pte. del cuerpo deliberativo y sus circunstancias en que, intentando una aclaratoria, su mejor defensa fue expiar culpas en tercero.
No solo quedó en evidencia las pocas horas de labor y dedicación que le brindan a su trabajo por el cual cobran sumas superadoras a los $ 60.000, sino, su proverbial ignorancia sobre cuestiones legislativas. Desconocían la existencia de uno ordenanza aprobada en el mandato de Rolando Antonio Casali y aprobada bajo la presidencia de David Floreta, Intendente y Concejal justicialista respectivamente, ambos mandatos cumplidos.
Pocas veces desde el 83 a esta parte los concejales del justicialismo se mostraban ilustrados en academismos o poseedores de títulos universitarios. Sin duda, en su mayoría fueron formados en la política sin que ninguno de sus soldados no tuviera en claro qué rol les cabía como justicialista y donde anclaba su respeto y honradez en términos de representatividad social y política. Ninguno de ellos perdieron su orientación política y jamás traicionaron la voluntad popular que les otorgó poder y una responsabilidad institucional y partidaria. Tal parece, esa prosapia de dirigentes forman parte hoy de una nostalgia irrecuperable.
Ante años de lucha desde que perdió el poder municipal el peronismo logró controlar el Concejo Deliberante y desde ahí hacerse fuerte conforme a establecer un convite político con poder de decisión donde se le para de manos a Enrique Paduan. Un equilibrio que se mostraba promesero con pretensiones de responsabilidad institucional y poder popular. Sin estrategias y disociado de su verdadera fuerza partidaria, solo muestras torpezas, debilidades y hasta circunstancias que, al explicarlas, tendrá que muñirse de un alto grado de vergüenza sin perder su auto estima. Tres bancas en el Concejo y un voto doble lo acercó a discusiones decisivas y dispositivas. Sin embargo, solo mostró impercia, falta de responsabilidad, ausencia de estrategias y poco conocimiento que demanda el status confundido en no resolver “para qué sirve y para quiénes van orientados la recolección de su cosecha”. Hacerse del poder no lo acercó a soluciones ni fortalezas. Su poder, incomprensible y paradójicamente, es parte del problema.
Habría que preguntarse en qué momento de esta década un sector del peronismo ocampense abandonó la militancia, el debate, el compromiso y dejó de presentar verdaderos soldados lanzados a la batalla política y decidida. Habría que preguntarse en qué momento el peronismo reemplazó discursos de marketing con que intentó recuperar poder y sobrevivir como oposición. Habría que preguntarse, con la verdadera intención de responderse, en qué momento comenzó a sentirse cómodo en el pregón facilista de defender ideas que se disiparon en decisiones de mayorías oficialistas. En qué momento confundieron responsabilidades políticas y representatividad social con privilegios que se reclama a una casta superior de indiferentes becados con fondos del erario públicos.