Nadie sale del asombro, aunque en realidad ya nadie pone en dudas que las ambiciones personales del intendente de Santa Fe están encima de cualquier otro valor de su vida política.
La UCR Nacional, o mejor decir, los dos o tres dirigentes que dicen ser la representación del pensamiento de la mayoría de los radicales argentinos sin haber refrendado nada de lo que defienden en ninguna convención desde 2014, ha decidido intervenir al partido provincial, porque resolvió por abrumadora mayoría, continuar participando del Frente Progresista.
No es que lo decidieron y excluyeron o prohibieron a las minoría que concurrieron a la Convención Provincial, su participación en CAMBIEMOS. No, sólo decidieron que los radicales podían participar en ambos frentes electorales, tal como ocurrió en 2015 y en las legislativas y municipales de 2017.
Y entonces, Corral y el grupo denominado Universidad, salieron corriendo a Buenos Aires a pedir la intervención del partido. Y el “Partido” le concedió el deseo imperial. Y entonces los radicales santafesinos, casi todos, se quedarían “formalmente” sin sello partidario para las listas que cierran el 22 de febrero y que definirán quienes y con qué coaliciones, participarán de las PASO.
El tema es absolutamente menor. Porque haya o no intervención, sólo a un afiebrado se le puede ocurrir que a estas alturas del siglo XXI, y con el nivel de descomposición que tienen los partidos tradicionales, esto pueda tener algún efecto real en los números de un escrutinio.
Lo que en todo caso importa, y eso va quedando demasiado claro, es el modo omnipotente, autoritario y degradado que adoptó el Grupo que encabeza Corral, cuando se trata de dirimir conflictos o intereses.
Su gestión Municipal habla mucho de eso: hace varios años que el intendente abandonó a gran parte de la urbanidad, priorizando sus asuntos políticos personales. Y como un autista, repite las frases justificatorias del presidente de la nación, sin percibir los efectos devastadores de las políticas económicas.
Convertido en el más ferviente opositor al gobierno y la coalición que le permitió llegar a los lugares donde llegó, incluso al lugar donde permanece- Corral no obtuvo ningún cargo público con las siglas de Cambiemos- agita banderas y reproches que son imposibles de sostener, al menos desde el lugar de un oficialista nacional.
Pero avanza, eso cree, como avanzó sobre las intenciones de Boasso en 2017, para ser precandidato a Diputado Nacional, como avanza con la prensa que no le responde, como avanza en los barrios con los punteros rentados que aprietan a la gente que se atreve a desafiarlos. Como avanza sobre los asuntos públicos de la ciudad, acordando con sectores flexibles del peronismo, para seguir malversando los fondos del municipio. Allí está el ejemplo de los nombres que propone para el Tribunal de Cuentas. Allí está el Organo de Control del TRansporte Público de pasajeros, acéfalo. Allí están las calles de todo el norte de la ciudad abandonadas, imposibilitando ante cada lluvia el acceso de los colectivos, ambulancias y autos particulares a varios barrios de la ciudad.
José Corral ha perdido toda la verguenza que se le exige como piso a un dirigente político. “Napoleón”, como le dicen algunos de sus propios militantes que miran con asombro su malhumor constante, su concentración exclusiva en su futuro personal, su desprecio por la palabra y los acuerdos del pasado, va lentamente acercandose a su Waterloo. Será en las internas de Cambiemos, seguramente, o será en las generales. Pero un hombre que hoy no puede ganar en su propia ciudad una elección – ya se lo anticipó la gente hace menos de dos años- y que tiene un conocimiento casi nulo en Rosario, no tiene ninguna posibilidad de gobernar la Provincia. Lo saben todos, menos él. Que parece poseído por su ambición desmesurada. No hay forma de que el sello de CAMBIEMOS repita el milagro de ganar con desconocidos. La mayoría de los argentinos ya saben de que se trata. Con mirar las facturas de los servicios y medir sus posibilidades de llegar a fin de mes, sólo un sentimiento de suicidio masivo podría provocar que lleguen a gobernar Santa Fe.
Mientras tanto el resto de los radicales, la mayoría, los dignos, los que han sido coherentes, los que han soportado hasta la humillación , su participación en esta gestión nacional, tendrán que elegir: o se sacuden y limpian de manera inmediata a la costra de oportunistas y antidemocráticos que acaban de provocar la anulación de lo resuelto por el 95% de sus representantes, o deberan asumir que la UCR se ha convertido en un negocio de un grupo de particulares.
Paradójico, aquellos que bregaban por recuperar a la República Perdida en los albores de los 80, ahora han sepultado a la vergüenza. Y no hay república sin vergüenza. Ese límite que nos impide hacer lo que no corresponde hacer. Ese límite que nos indica lo correcto y lo incorrecto, en todos los ámbitos de la vida.
Algunos la han perdido, la UCR va camino a hacerlo.