Cuando Al Pasado Es Solo Pasado

Una postal de “orgullos”, solo por pertenecer a un pasado inmediato configura la renuncia de luchas, compromiso y decisión. Hace pocos días se recordó los 50 años del Ocampazo con discursos huecos, hibridas formalidades y una intencionalidad destinada a que los recuerdos urdidos en la memoria sigan formando parte de una bitácora que no tendría lugar ni esperanza en este presente. Villa Ocampo sigue viendo una postal de sepia a la par de haber perdido sus industrias, su importancia en el norte y su peso específico como eje de región sumando a un nulo faro de lucha.

Hubo un momento, a finales de la década de los ‘60, en que la dictadura gobernante decidió cerrar los ingenios azucareros del norte santafesino. Fue una buena oportunidad para plasmar en las calles la unidad entre trabajadores, estudiantes, obreros rurales, curas comprometidos con el pueblo y pequeños y medianos productores del campo y la ciudad. La Marcha del Norte que aquí recordamos puso freno a los planes vaciadores del onganiato y permitió mantener en pie el Ingenio Arno de Villa Ocampo.

Krieger Vasena, el ministro de economía de Onganía, anunció en marzo de 1967 un plan de desindustrialización, cínicamente llamado “de Estabilización y Desarrollo”. Decía la dictadura de Onganía que con él atraerían inversiones extranjeras; para ello implantaron una apertura de las importaciones y feroces medidas represivas y de “disciplinamiento social”. El plan contemplaba el cierre de ingenios azucareros. En Tucumán, con la reducción del cupo azucarero, acompañado por represión y asesinatos, se cerraron 9 ingenios. En 1968 cerraron el Tacuarendí en el norte de Santa Fe.

El azucarero era un sector muy sensible que funcionaba con regulación estatal. Los ingenios afrontaban problemas de superproducción, ante un mercado interno deprimido y la disminución de las exportaciones. La producción de azúcar en el chaco santafesino era un ítem muy importante de la economía regional.

Por aquellos años, el ingenio de Las Toscas, de Santa Fe, tenía el rinde más alto del país, con 11%; en segundo lugar venía el Ingenio San Martín de Salta, con 10,8%. Se molían más de 10 millones de toneladas de caña y se elaboraban más de 900 mil toneladas de azúcar en el país. En tanto, Santa Fe molía más de 350 mil toneladas y refinaba casi 36 mil toneladas de azúcar. Sin embargo, desde el estado se insistía en que había que erradicar el cultivo de la región, a la que consideraban “zona marginal no apta para esta producción”. Sin dudas, pretendían privilegiar a los grupos concentradores que se encontraban (y se encuentran) en el NOA.

Tacuarendí

Subiendo por la Ruta 11, primero está Villa Ocampo; luego siguen Tacuarendí, Las Toscas, El Rabón, Florencia… después viene la provincia de Chaco. Nombrarlas así, juntas, hace pensar en la letra de algún chamamé; pero también significa mencionar la zona forestal y cañera.

Tacuarendí no pudo resistir al retiro del cupo azucarero y cerró. Antes del cierre de sus puertas había ingresado a un estado de iliquidez e insolvencia. En 1965, dos empresas privadas vendieron el ingenio y la destilería al estado; desde entonces, fue regenteado por una sociedad mixta compuesta por el estado provincial y productores y obreros cañeros.

En 1967, Tacuarendí afrontaba pérdidas de 800 millones y deudas de aportes jubilatorios por 170 millones de pesos de entonces (Pesos Moneda Nacional). La Dirección Nacional del Azúcar nombró una comisión técnica que propuso desmantelar la fábrica. El ingenio comenzó a andar el mismo proceso que a lo largo de nuestra historia transitaron las empresas estatales vaciadas y liquidadas: se canceló por decreto la personería jurídica, fueron designados síndicos liquidadores, se comprobó que las firmas a las que se había comprado el ingenio en 1965 no eran dueñas legales de lo principal del capital (entre otras cosas, no eran dueñas de las 13 mil hectáreas que habían vendido).

En definitiva, una vez más, los obreros y productores fueron estafados y arruinados por las operaciones de sectores de las clases dominantes que manejaban los organismos del estado, con la complicidad de otros sectores de la sociedad civil. Este caso se ve agravado por el hecho de que el régimen gobernante era una dictadura.

Tacuarendí fue un paso más en el camino de pérdida de fuentes laborales que se había iniciado en Villa Guillermina con el despido de obreros en la Fábrica de Vagones y la Cesantía de 60 trabajadores en La Gallareta. El número de obreros industriales desocupados llegaba a 650 y a 800 el de los que trabajaban en el cultivo de caña de azúcar. Era demasiado castigo para la región.

Villa Ocampo

Los ocampenses veían cómo avanzaban el hambre y la falta de trabajo en la zona. Sospechaban que luego vendrían por la azucarera del pueblo. Sabían que deberían luchar duro, y estaban dispuestos.

Villa Ocampo era un hervidero; había un extendido estado de debate, organización y movilización. El pueblo contaba curas comprometidos, casi todos adherentes a los postulados de la Teología de la Liberación. Rafael Yacuzzi, en Villa Ana; Héctor Beltrán y Jorge Mussín, en La Gallareta; Paco D’Alteroche, en Paraje 29; Arturo Paoli, en Fortín Olmos; Esteban Quirini, en Vera; José Clavel en Villa Ocampo.

“Hoy la tristeza y el desánimo son nuestro pan cotidiano. Fábricas, talleres, han cerrado, es el éxodo masivo de la población del monte y del campo hacia las ciudades. Hoy aumenta la mortalidad y se multiplican los mendigos. Hoy nuestro norte está lleno de hombres que sufren en su cuerpo como en su dignidad”, decían en un manifiesto desde la diócesis de Reconquista.

El ingenio Arno en 1968 tenía una deuda de 1.200 millones de pesos; a los obreros les debían tres meses de sueldos y jornales; a los productores que proveían la materia prima, debía una parte importante de la zafra anterior. La propietaria, Compañía Industrial del Norte de Santa Fe, solicitó créditos al estado provincial en un intento de cubrir las deudas, pero no tuvo éxito. En noviembre, los obreros ocuparon el ingenio, la papelera y los talleres de La Gallareta y Villa Guillermina. Los trabajadores del sector estaban divididos en dos ramas: papeleros y azucareros. Hicieron mucho esfuerzo para limar las diferencias y celo entre ambos sindicatos.

El 4 de enero de 1969 se creó la Comisión Coordinadora de la Acción de Lucha para conducir y encauzar la movilización. Obreros y estudiantes iniciaron una huelga de hambre en el templo para exigir el pago de la deuda a los trabajadores. Al mismo tiempo, la Comisión Coordinadora iba tejiendo unidad y sumando voluntades entre los pueblos, campos y montes de los alrededores.

El 10 de enero, un acto en la plaza convoca a más de 5.000 personas. Entre los oradores había dos curas de Colonia Florencia, Tibaldo y Spontón; además de dirigentes sindicales y estudiantiles. Al día siguiente hubo varios actos relámpagos en los barrios.
El 12 de enero, con el anuncio del aporte de 40 millones de pesos por parte del gobierno para pagar los sueldos, levantan la huelga de hambre. Al costado de la Ruta 11 funcionaba una olla popular que también concentraba la movilización diaria de centenares de personas.

La Marcha del Hambre

En abril surgió la idea de hacer una marcha a pie hasta Santa Fe. Uno de los bastiones de la organización era el cura Rafael Yacuzzi. “Nos empezábamos a juntar. La policía vigilaba… empezamos a propagandizar el problema”, recordó en 1999. Amplios sectores, sindicatos, dirigentes políticos, estudiantes, comerciantes, grupos cristianos, etc., se sumaron a la convocatoria. Los pueblos de la zona también fueron confluyendo. De las raíces del quebracho volvían emerger los brotes que la represión de la Forestal no pudo quemar.

La dictadura intentaba amedrentar; infiltró servicios para sacar información, detenía militantes, irrumpía en las reuniones. En Reconquista, intentaron entrar sin orden de allanamiento a una reunión con delegados de Villa Ana, Ocampo, Guillermina y La Gallareta. Mientras un abogado entretenía a los policías, los de adentro escondían los papeles comprometedores y ayudaban a saltar la tapia de atrás a los dirigentes que iban a ser detenidos.

El gobernador de facto de Santa Fe, contralmirante Vázquez, y el coronel Druetta, jefe de la policía, dispusieron la movilización de uniformados para impedir la marcha. Sobre todo, la dictadura temía que una protesta contra el cierre de una fuente laboral se convirtiera en lucha antidictatorial. Un comunicado policial informaba que se había dispuesto “no permitir la reunión y posterior marcha –tan profusamente anunciada- por cuanto no contaba con la autorización oficial que establece el decreto número 1298 para cualquier clase de reunión pública”. La Guardia de Seguridad estaba acuartelada por si debía entrar en acción.

La guardia Rural Los Pumas; la policía caminera y algunas departamentales controlaban las rutas intentando impedir la llegada de la conducción nacional de la CGT de los Argentinos. Ongaro y sus compañeros pudieron llegar, primero a Reconquista, viajando en colectivo; luego a Villa Ana, donde por recomendación de Carlos Mujica, lo esperaba el cura Yacuzzi.

En Villa Ocampo, el local del sindicato azucarero fue sede de una reunión entre los dirigentes de la CGTA y la conducción sindical de los obreros del ingenio. La reunión fue rodeada por la policía y apresados varios de los participantes. La gente de Villa Ana, incluyendo varias religiosas, pudieron llegar atravesando el monte, cobijados por la madrugada.

¡Muera la dictadura!

Amanecía el viernes 11 de abril. Las campanadas de la iglesia comenzaron a sonar convocando al pueblo. Una a una las puertas de los hogares se abrieron y una marea ganó la calle. A las siete de la mañana, los chamamés de una radio correntina eran amplificados por los parlantes animando a la gente. Luego del Himno Nacional y portando al bandera argentina llegaban los obreros azucareros al grito de “¡Muera la dictadura!”. Encabezados por el cura Yacuzzi empujan la pechada contra el cerco de los agentes, quienes se repliegan. La Marcha del Hambre avanza.

Con ollas, carpas, abrigos y medicamentos, recorren las calles de la Villa Ocampo hasta la ruta 11. En el camino se sumaron unos cuantos tractores que pasaron a apoyar la cabecera. “Patria sí, colonia no”, gritaban los manifestantes. En la ruta esperaban los represores con palos, granadas, lanzagases y FAL. Se produjeron algunos cabildeos para intentar demorar la represión. Ongaro duda ante la suprerioridad numérica de los uniformados; finalmente, a las 12, se anuncia por los parlantes: “¡A la ruta!”.

Cuando los primeros hombres pisaron el asfalto comenzaron a llover estelas de gases. Luego llegaron los sablazos, bastonazos y finalmente tiros de armas de fuego. La dictadura reprimía con plomo. De inmediato, el pueblo respondió con piedras y cascotes.
La celeste y blanca perforada por las balas continuaba en alto. Luego, se repliegan hasta concentrarse en la plaza; allí deliberaban. Discutían si tomar el ingenio o el municipio; resuelven la toma de la municipalidad. El intendente redacta su renuncia y decide apoyar la lucha de los ocampenses.

Pasado el mediodía, llega más policía desde Santa Fe; la represión se torna indiscriminada y la expanden por todo el pueblo. Los combates continuaron durante todo el día; al llegar la tardecita, la calma fue despejando el ambiente. Las fuerzas represoras buscan denodadamente a los dirigentes sindicales; los manifestantes se esfuerzan en salvar y refugiar a Ongaro, a Taca Alderete.

Con las primeras oscuridades, los policías comenzaron a ponerse nerviosos. No se animaban a salir a la calle porque los esperaban los clavos miguelitos o los sabotajes en las líneas de electricidad; esa situación se repitió cada noche. “Las fuerzas tomaron Villa Ocampo y Villa Ocampo no se entregó”, contaba Juan Taca Aderete. “Los vecinos no les dieron comida, no les daban agua, no le vendían nada a la gendarmería… Supe allí cuándo un pueblo no se entrega a pesar de las dificultades”.

En Guillermina, en Gallareta, en Fortín Olmos, también se luchaba; puede decirse que una vez más el chaco santafesino ardió con furia y concitó la solidaridad de vastos sectores de la provincia y la región.

La lucha fue larga, pero fructífera. Los ocampenses lograron conservar su fábrica. Villa Ocampo pasó a integrar el mar de puebladas que en 1969 tuvieron sus hitos en Corrientes, Rosario, Gral. Roca, Córdoba. En la Gallareta conquistaron un contrato para reparar 500 vagones más. La marcha del hambre demostró que una vez más lo que se necesita puede ser conquistado.