Altruismo, grandeza e inteligencia que demanda su bandera no parece estar a la altura de la comprensión de quienes sostienen sus mástiles
Luego de miles de años de opresión, persecución, muerte y naturalización de sojuzgamiento se puso punto final a una etapa de la evolución de la sociedad. La revolución francesa de 1789 sepultó lo llamado “antiguo régimen” para abrir las puertas cimentando las bases estructurales de las democracias burguesas del occidente. Toda revolución tiene sus contraindicaciones y no todos levantan las mismas banderas de nobleza y pluralidad.
No por sus desafíos y mucho menos por su intelectualidad, sin embargo, el movimiento feminista que reclama derechos de igualdad intentando cambiar las bases patriarcales sobre las que el mundo caminó sin entredichos desde los albores de la civilización hasta el presente, hoy y en la Argentina, intenta abrir una nueva puerta a un mundo de iguales, sin sojuzgamientos, sin verdades absolutas. Sin muertes. Sin barbarie naturalizada.
Los que entendimos que se están cimentando las bases de una verdadera revolución en el mundo con avances significativos advertimos que quienes levantan banderas en las que por idealismo creemos, nos damos contra una realidad que lejos estamos de resolver luchas de igualdad en la que tanto la mujer como el hombre se le debe respetar sus derechos aboliendo la naturalización e irregular ancestralidad en la que la mujer sobrevivió a una sociedad patriarcal y dominante con la fuerza del látigo e incluso, de la muerte sin razón.
Los idealismos y slogans que dan sentido a nuevas luchas que ganan lugar y visibilidad en cada plaza de cada pueblo y ciudad de la argentina se advierte desinteligencias y motivaciones que remoto se ubican en la “nobleza” que enarbolan sus luchas. De sus marchas se expulsa gente sin razón y cualquier motivo vale para justificar decisiones que soslayan incompresiblemente al razonamiento colectivo. Por pertenencias partidarias, por ser hombres, por nadador protestante, por sospechoso, todo sirve para explicar la notoria agresividad con la que comienzan a caracterizarse estos movimientos que a la par de su legitimidad social aventa rechazo de los mismos sectores apoyó y hasta impartió empatía por sus clamores y desventuras.
Una extraña mezcla de egoísmo ideológico, fascismo heredado y odios amanuenses se evidencia en cada marcha y en cada expresión pública ante una agresividad que no las separa de la misma línea donde el resto de la sociedad ubica a los mismos animales que las matan y se jactan de su machismo ortodoxo. Presumo que ante la filtración de dogmatismo antagónico ilustrado en el resentimiento de quienes no matan por no contar con la fuerza física necesaria, sino no logran reemplazar su mezquindades por un altruismo que evite devolver el mismo golpe que recibieron otras, el llamado feminismo solo tiene dos vertientes que visitar y anclar: su disolución en el tiempo o su rotundo fracaso como movimiento social y/o acaso político.
Solo quedarán como triste recuerdo de un vago intento por, verdaderamente, cambiar las bases de ancestrales paradigma que habría, al cabo de un amanecer con más derechos, recibir un nuevo mundo que se habría enorgullecido y prosternado.