Con mas expectativas que ideas y menos rigor que propuestas, el Gran Debate Gran dejo en claro una cosa: que, para mejorar las condiciones precarias de esta democracia embrionaria y lactante, un espectáculo medido en términos de fatalidad ganadora y/o perdedora es apenas un simplismo que lejos está de enaltecerla o cumplir objetivos nobles en nombre de una sociedad mejor, mas demandante e incluso, mas humana. Discursos tribuneros, recurrentes chicana, golpes bajos y desleales, le hicieron un flaco favor a claustros – casa de estudios – en la que el sopesar de ideas y agudeza en el discurrir del pensamiento, necesita para realizarse y fortalecerse.
Es poco entendible que un debate donde se crea que se juega, fatalmente, el destino de una sociedad, se haya estructurado un desarrollo y formato copiado al desarrollo de reglas que la TV los estableció desde tiempo aconsejando un show solo pensando en el rating. Lejos de medios de comunicación y agudeza periodística, el debate entre Richter y Marega, estuvo atravesado por principios rectores de la Televisión, las expectativas generadas a instancia de un superficial y entretenido SHOW. Solo faltaron las cámaras y los periodistas. Quien supo crear mejores climas es para quien brillaron las luces.
En un sopesar de ideas donde la obligación de discurrir desde un planteo que diagnostique una realidad, formular propuestas e indicar que el camino utópico dejará de serlo algún día de la mano de gestiones, de la política, los consensos y al mismo tiempo de improntas establecidas desde hegemonías políticas, quedó lejos, verdaderamente, de lo que el debate nos otorgó.
En ningún debate se permite leer, circunstancias que estuvo plagada de concesiones por parte de organizadores y moderadores. Preguntas y repreguntas trasladando responsabilidades a gestiones que nada tenían que ver con lo pactado fue la dinámica atravesada y, especialmente utilizada por un candidato. Dando por sentado hechos incomprobables y acusaciones impertinentes dominó gran parte del curso de las alocuciones evitando que se discutan propuestas analizadas y explicada con propiedad y certeza. Mas allá de las armas utilizadas por ambos candidatos, la ausencia de rigor permitiéndolo dejó, verdaderamente, mucho que desear. La presencia de mucha gente en el recinto obligó a los candidatos a utilizar o valerse de discursos tribuneros y cargados de emotividad reemplazando a la racionalidad, el discurrir y la heterodoxia analítica. Un debate político con altísimos reproches técnicos responsabilizando a sus organizadores que empalideció lo edificante y sustancioso a la hora de analizar contexto y propuestas.
Evito, como editorialista, caer en la triste deducción impulsado por la superstición en suponer que en un debate de ideas puede haber ganadores o perdedores. Una fatalidad que solo se dá, inevitablemente, en foros elementales como lo deportivo o enfrentamientos agonales.
Debemos suponer, y no tengo contraindicios en conjeturar que a ambos candidatos los atraviesa su pasión por la política, la conducción de sus huestes y creer que sus ideas llevarán a Villa Ocampo a un mejor lugar del que actualmente está. La nobleza de sus respectivas intenciones es palpable y no está en entredicho. Y, aunque advertimos coincidencia en sus respectivos proyectos, la idea que conectó desde el comienzo en cada exposición “fue la de demoler al adversario, destruirlo, aniquilarlo”.
Difícil sopesar lo que el debate nos dejó como análisis y deducción. Lo afirmativo de lo visto y escuchado es que las chicanas fueron superadas por la ironía, hasta ladina; y el tecnicismo teórico y abstracto fue apabullado por el discurso político.